Isaías Orozco Gómez
Históricamente, la parte más débil, más indefensa de la sociedad humana han sido los vástagos, las descendencias menores de 18 años de ambos sexos. Y, paradójicamente, a medida que se ha avanzado en la ciencia y la tecnología, en la producción y reproducción de “bienes” y “servicios”; y en la globalización neoliberal-capitalista del “libre” mercado, la probabilidad permanente de que se altere en forma negativa la integridad e integración biopsicosocial de los niños y las niñas durante su desarrollo y crecimiento, son peligrosamente altas.
Por ello, es menester seguir sosteniendo que los niños y niñas de México y del mundo entero, son niños y niñas los 365 días del año; y no nada más el día 30 de abril (Día del Niño), en el caso de nuestro país. De ahí, que no sea ocioso invocar, cuantas veces sea necesario, la protección jurídica-constitucional que deben tener y de la cual deben gozar los infantes que habitan el territorio nacional, sin discriminación de ningún tipo, que les brinda –específicamente-- el Artículo 4º de nuestra Carta Magna (“los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud, educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral”) y en el ámbito internacional: la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN), ratificada por México en 1991, la cual consta de 54 artículos que plasman una importante variedad de derechos, tanto económicos, sociales y educativo-culturales, como civiles y políticos.
Si, nada más desde que la mayor parte de los países del Globo Terráqueo firmaron y ratificaron la CDN, los hubiesen respetado y llevado a la praxis cotidiana, entre ellos México, otro MUNDO estarían viviendo en este Siglo XXI y tercer milenio, las criaturas de 0 a 18 años. No nos estarían estrujando nuestra “conciencia”, sucesos tan penosos como el de la niña de 12 años de edad, de Cd. Delicias, que acaba de ser MADRE por violación de su padrastro; de la niña de 10 años de edad, que en Cd. Cuauhtémoc, acaba de quitarse la vida, ahorcándose en el clóset de su vivienda. ¿Casos aislados?
Considerando las impactantes estadísticas del Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval, nuestros infantes no formarían parte de las siguientes cifras: Más de la mitad de quienes tienen menos de 18 años viven en la pobreza y sólo 17 de cada 100 tienen más o menos niveles adecuados de bienestar; más de 6 millones en esa edad no reciben educación alguna; y más del 60% de los mismos carecen de seguridad social. Y lo más doloroso y que debe avergonzar a cualesquier gobernante, es la existencia real de más de 5 millones de niños y niñas que viven con hambre, además de otros millones de niños tanto indígenas como mestizos, que sufren de desnutrición, tuberculosis, raquitismo; o, irónicamente, de sobrepeso… Hay más de 3 millones de niños (as) trabajadores y jornaleros, principalmente en zonas rurales.
Ante tal panorama nacional de nuestra niñez, aterricemos el tema central que encabeza la presente colaboración: No menos interesante --¿y grave?-- para el sector demográfico en comento, resultan las “adicciones” a las Tecnologías de la Información y la Comunicación (TIC) o a la Cibernética, pues tal parece que se está cayendo en el abuso, en el uso indiscriminado o patológico de las mismas. Se evidencia en cualquier sitio en donde estemos, la presencia y uso cada vez más frecuente y generalizado del teléfono móvil o celulares, tabletas, internet, videojuegos, dispositivos de alta gama tecnológica…; no sólo porque permiten la “interacción” a distancia y virtual entre individuos, sino también, porque facilitan un sinnúmero de actividades relacionadas con la vida cotidiana. Y sin caer en los extremos de la tecnofilia o la tecnofobia (¿ciberfilia o ciberfobia?) esa tecnologización individual y social: ¿será lo más conveniente para una real comunicación, cara a cara, frente a frente, entre los padres e hijos, maestros y alumnos, gobernantes y gobernados, patrones y empleados, ministros religiosos y feligreses, banca y usuarios..?
De ninguna manera se está en contra de los sistemas cibernéticos de información, más bien se desea que tanto la familia como la escuela canalicen óptimamente la integración y uso adecuados de las TIC. Sobre todo del internet, que contiene en sí, al resto de los dispositivos en referencia. En tal sentido, la Academia Norteamericana de Pedagogía, en la revista Pediatries, de agosto de 1999, pidió a los médicos que establezcan y tengan al día un “historial mediativo” junto al propiamente sanitario de los menores de edad, pues su psicología queda afectada por el tipo de medios de comunicación que utilizan y a los que acuden.
Asimismo, la citada academia recomienda a los padres que eviten que los menores de dos años vean la televisión, procurando que los mayores de esa edad, no tengan televisores en sus dormitorios, evitando el uso solitario de la televisión; recomendando además, que las computadoras y demás dispositivos cibernéticos estén siempre en habitaciones comunes, a fin de que los padres o hermanos mayores, puedan orientar y participar del uso adecuado, conveniente de los mismos.
Indudablemente, gran ayuda le prestaría la FAMILIA a la ESCUELA y ésta a los niños, si se considerara y llevase --un tanto-- a la práctica, lo aquí expuesto.
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